Querida Madre:
Hace nada. veinte años, todo estaba aquí, noviembre estaba aquí, tus palabras y tus ganas de vivir estaban entre los tres. Papá te acariciaba mientras tomabas aquel zumo
de piña, en el hospital, le acariciabas con palabras de cariño y de despedida. Tus caricias eran de despedida, la forma de abrazarle, de recostarte sobre su hombro, la forma de tus manos acariciándole. Los dos habíais caminado juntos desde niños. Tus miradas y las suyas decían tantos “te amo” y vuestras voces decían tantos “cariño”. La muerte se llevó aquel sueño de ser “un ingreso más”. Con los ojos se veía cuánto nos amabas y lo felices que éramos. La muerte debió pasar cerca de mí, no la veía pasar, y ahora que nada de aquello se acaba, recordando todo lo que pasó, sé que debió rozarme, y no la vi pasar… ¡Está todo muerto! Apareces frente a mí con tu sonrisa reluciente, había alguien esperando tu partida eminente y por aquella belleza de sonrisa, quiero creer que era tu padre, quien te esperaba… Tenías el brillo pronunciado de un alma en paz, y ya estabas a solas conmigo. Y ya estaba sola sin ti… La muerte debió de darse mucha prisa y yo me quedaba nadando en un mar de locura y en inaguantable dolor, descontenta de la vida y muerta de todo, en una terrible pesadilla. Todavía me cuesta entender porqué, habías luchado año y medio contra un cáncer, con goteros y operaciones, y una neumonía te mataba. Aquel 21 de noviembre, lluvioso lo cambiaba todo, tus ojos dejaron de mirarme, tus manos dejaron de coger las mías, tus ojos ya no me correspondían, tus caricias ya no me correspondían. Fue todo tan rápido, cuando ya te había perdido, no me di cuenta. Y te fuiste, para ser, mi estrella, Madre. Y todo lo que ya me habías dado antes se quedaba conmigo. Tuve la opción que despedirte, el cielo se volvía de gris a negro y, no pude, me senté en el pasillo del hospital, llorando, mientras escuchaba a Papá despedirte, acababan de certificar tu muerte y le llamé, seguí mi camino así, sin saber y sin querer saber, lejos de ti. Separada por una pared… Pero con una estrella clavada en el pecho, defendiendo nuestro futuro, y sabiendo que volveríamos a encontrarnos. Durante años he despedido lo malo de aquel día, y me dedico a buscarte cada noche, y a reeditar tu final, y pese que el dolor sigue ahí estanco, la esperanza de ese amor pendiente me llena el alma, veinte años después… Hay una tranquilidad guardada, saber que en esa otra vida tus padres y papá, ya andan contigo... Madre, no pude despedirme de ti, pero acumulo millones de lágrimas desde el día que te vi partir, pues la muerte, nunca acaba con un amor dado, acaba siempre con una vida… La muerte, nunca acaba con un amor dado, acaba siempre con una vida. no te dije adiós, Quizás no encontré motivos o tenía ya alguna esperanza en una tierna estrella a besos con la luna que me cuida... no te dije adiós nunca… ANA MARÍA CANET COLOMER
21 NOVIEMBRE 2021
Pintura: Marcel Rieder (1862 –1942)
He derramado lágrimas leyendo esta carta, gracias Ana por compartir un pedacito de tu alma y corazón.