Ya nadie comenta la ruina de la vieja casa,
de la mansión donde se cruzan
la noche sin estrellas
con la magia de la luz del mediodía;
la casa, con ventanas
sin rostros asomándose,
de tardes de ida
y mañanas sin regreso.
La vieja casa,
donde anidan palomas de ceniza
y los espejos reflejan la cintura del silencio,
los gritos de la niebla
entre las vigas carcomidas.
La vieja mansión de la infancia,
con sus noches de fiesta
y sus rincones
llenos de espinas y fantasmas,
sin voces,
yace entre la rosa y el cardo
hundiéndose en el lento crepúsculo
de una tarde, inolvidable, que no tiene fin.
Autor: José Antonio Rodríguez Fernández
Foto: Laura Makabresku
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